Éste es mi momento. Vamos, salgamos a la luz.

miércoles, 20 de julio de 2011

El quiebre

El día que perdiste un ser querido y tu dolor me sorprendió, en una suerte de nostalgia, amistad y amor.


Ay por Dios, no sé qué decir. Nunca fui muy buena para estas situaciones, no estoy acostumbrada a ver a mis amigos sufrir por cuestiones familiares. En el círculo en que me muevo, raramente pasa algo de esta naturaleza, nunca me vi obligada a dar palabras de aliento, nunca imaginé lo que le diría a una persona que tenga que pasar por esto. Simplemente me trabo, me quedo callada, escucho. Pero no tengo nada que decirte. No sé qué decirte.
No significa que no sienta. Desde que me enteré hoy en la tarde, siento una presión en el pecho insoportable. Me puse histérica, me dieron ganas de llorar sin lágrimas. No me preguntes por qué, pero sólo quería acompañarte, estar con vos un rato. Escucharte, porque para otra cosa no sirvo.
No se muy bien cómo expresar lo que siento. No puedo expresarlo en palabras. Siempre que te dije lo que sentía, lo pensé mil veces, practiqué mentalmente una y otra vez para estar totalmente preparada para la situación.
La única vez que no estaba preparada fue ese día de septiembre que tocaste a mi puerta para contarme que estabas con ella. Y ya viste cómo terminó todo, ¿no? Me viste acurrucada en el umbral, con la cabeza hundida en mis rodillas, tratando de contener las lágrimas sin decir una palabra. Y te dio lástima. Tanta lástima que lloraste conmigo. Y me abrazaste, me pediste perdón, te sentiste culpable. Todo eso nunca hubiese pasado si para ese día yo hubiese estado preparada.
Ahora me siento casi de la misma manera. Pero verte así, tan mal, tan triste, tan… traicionado, me parte el corazón. Verte mal me mata. Y me siento tan inútil sin poder decirte nada. Pienso en otras personas que seguramente te habrán hablado de superar los problemas, del amor de la familia, del apoyo que te dan siempre, de tantas cosas que no imagino porque yo nunca las diría. Simplemente te escucho, te digo “Qué cagada, Gre” y pongo cara de NO-SE-QUÉ, te abrazo (es lo mejor que se hacer), te mimo un rato, si puedo. Te acompaño. Pero no tengo mucho más que hacer. No puedo ofrecerte toda una tarde de charla sobre el tema, simplemente porque no es lo mío.
         Estoy tan acostumbrada a reprimir el dolor, de chiquita siempre me obligué a contener las lágrimas, no hablar. Vos no conocés mi historia de cuando era chiquita. Nadie fuera de mi colegio la conoce. A veces me gustaría compartir eso con vos, pienso que sería algo lindo, no se. Es que tuve una infancia tan turbulenta; no por mi familia, que siempre fue perfecta, sino por mis compañeros. Yo era la chica que todos odiaban. De la que todos se burlaban. Eso me descolocó, fui a la psicopedagoga un tiempo. No se qué es lo que acomodó esa mujer en mi mente, pero el caso es que nunca más volví a llorar. Hasta ese día, en septiembre, que volviste con ella.
Ahora cuando siento que algo me lastima o me desequilibra, escribo. Te habrás dado cuenta (quizás) por el carácter de mis relatos, siempre son notas desesperadas, tristes, que expresan sentimientos de vacío o decepción. Y resulta que, precisamente en este caso, tu dolor me afecta tanto que necesito descargarme en el papel.
Vos no podés estar triste. Sos un pilar demasiado importante en mi vida, demasiado grande, y sostenés gran parte de ella. No puedo soportar verte sufrir. Vos no podés derrumbarte, porque si vos te derrumbás, se derrumba la mitad de mi vida que vos estás sosteniendo. Todo mi ánimo se cae. Mi humor cambia, mi garganta se cierra, mi apetito se anula.
A veces siento que, cuando estoy con vos, hasta me muevo de manera diferente, me acomodo siempre a tu posición para estar acorde a tus movimientos. No se porqué lo hago, es una actitud inconsciente, me doy cuenta de ello cuando ya está hecho. Voy hacia donde vos vayas sin saberlo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario