Éste es mi momento. Vamos, salgamos a la luz.

miércoles, 20 de julio de 2011

La ruptura.

Cuando ya no te quise más conmigo.

Y ahora que ya no hablamos, que ni amistad queda entre nosotros, me siento como un ciego avanzando en un espacio silencioso. Mi corazón se muere por una palabra, un gesto, una señal de que todavía pensás en mí, de que todavía me ves en sueños. De que me extrañás. Una señal de que todavía, cada vez que abrís el portón frente a mi casa, mirás mi puerta en la espera de que alguien salga.
¿No te acordás ni un minuto de todo lo que pasamos juntos? ¿De la cantidad de cosas que vivimos? ¿No sentís ni un poquito de nostalgia? ¿No te importa para nada todo lo que yo te quiero, los seis meses que compartimos?
Me encantaría decirte que me despierto todos los días pensando en vos. Que me hace mal no hablarte. Que me hace mal que quieras olvidarte de mí. Que todavía tengo tu collar, que cuido como un gran tesoro, y lo uso para tener una parte de vos conmigo siempre. Que recuerdo tu perfume, el tacto de tu piel, el sonido de tu voz cuando me decías “te quiero”. Que me duelen tus caricias en mi espalda, tus besos en mi cuello, tus palabras en mis oídos. Que cada lugar de la casa me recuerda a vos. Que no encuentro consuelo en nada, más que en una simple mirada tuya.
Que verte sonreír me alegra aunque no estés conmigo. Me encanta verte feliz.
Y es que te amo tanto. O creo que te amo, no se en realidad si es eso lo que siento porque nunca antes amé a nadie. Y tampoco nunca antes quise a alguien tanto como a vos. Nunca extrañé tanto a alguien como a vos. Nunca disfruté tanto de la felicidad ajena como de la tuya. Nunca sufrí tanto el dolor ajeno como el tuyo. Nunca me sentí tan conectada a alguien como a vos.
Sos mi primer gran amor, y espero que esto que siento no dure para siempre. Quiero sacarte de mi vida porque ser tu amiga me duele, porque verte todos los días y sentir que todo está perfecto me destruye. Porque no quiero quererte más, ¿entendés? Cada tarde que paso charlando con vos llego a mi casa súper contenta, súper ilusionada. ¡Y después pasa algo que me tira abajo! Lo que sea, un detalle quizás. Alguna tontera que me entero, o alguna cosita chiquita que decís. ¡No quiero estar más feliz un día y deprimida al siguiente! ¡Estoy harta! ¡Quiero sentirme libre un rato! ¡Quiero saber que lo mío es mío, y no un producto de mi personalidad y tu sentido del gusto! ¡Quiero ser libre y feliz, soltarme de tus cadenas, y dejarme llevar por mi salvaje raíz!
Quiero sentir que cada vez que me miro al espejo y me veo linda, es sólo por mí, quiero saber que mi alegría no es por vos, quiero llegar a mi casa y pensar en positivo.
Pero el tema es que ahora que me faltás, me cuesta mucho ser feliz. Nunca me había pasado eso. Ya sé que mi felicidad no debería depender de una persona. Pero no puedo hacer nada. Y ser feliz no es lo mismo que estar contenta. He estado tratando de estar contenta todo el tiempo, en compañía, riéndome, llenándome de buenas noticias. Disfrutando la vida, viviendo por de más. Colmándome la mente de pequeños detalles, esos detalles que me hacen feliz. O, mejor dicho, me ponen contenta.
Pero llego a mi casa y no se qué hacer. Es un vacío que dejaste, un espacio que no puedo llenar. Un momento en el que vos entrás en mi mente y golpeás con estruendo toda la coraza de detalles felices que durante el día había estado construyendo alrededor de mi corazón, para no dejar pasar el dolor. Pero la destruís con crueldad. Y así queda mi corazón herido, ardiendo y sangrante, tratando de curarse los dolores lamiendo con nostalgia los momentos más felices que viví con vos, sin darse cuenta de que ese remedio es sólo anestesia, y que pasado su efecto arderán más que nunca las heridas que dejaste.

No hay comentarios:

Publicar un comentario