Éste es mi momento. Vamos, salgamos a la luz.

viernes, 22 de julio de 2011

Regresión

Cuando ya no soporté no tenerte, y viajé al mundo de mi fantasía para recordar esos momentos en que sí existías.

Esto me recuerda a la sensación que me daba cuando leía los libros de Harry Potter. Cuando ya las páginas que me quedaban por leer se hacían escasas, no quería que terminara. Volvía sobre los capítulos y releía mis partes favoritas, memorizaba las mejores frases, leía con lentitud y deseando que esa última página nunca llegara. Pero, como todo, la historia tarde o temprano se terminaba, y yo en lugar de cerrar el libro de un golpe, volvía inmediatamente al principio. Recomenzaba todo, para asegurarme de no perder ni un detalle.
Eso es prácticamente lo que hago ahora con mi vida. Nuestra historia terminó, y ya no hay continuación. Pero mis ojos ansiosos no se cansan de releer las primeras páginas, repasar mis capítulos favoritos. No es una historia larga, ni siquiera completa un año. Pero nos dio tiempo de tantas cosas… y pensar que todo empezó esa noche.
Éramos dos completos desconocidos. Ni siquiera teníamos amigos en común. Perdón, me corrijo, sí teníamos una: esa compañera mía de ballet que iba con vos a la escuela, que nos había invitado a los dos a su fiesta de quince, a su cena. Yo estaba nerviosa, iba vestida como a mi mamá más le gustaba, y no conocía más que a dos o tres chicas.
Pero a la mesa que tenía al lado, repleta de varones, le llamó bastante la atención ese par de chicas que se sentaban, solitarias, en la mesa once. Ambas rubias, de baja estatura, ojos profundos y rasgos delicados (debo confesar, a mi pesar, que la primera impresión siempre es engañosa. Mis supuestos “rasgos delicados” se debían a la milagrosa crema de base Maybelline, y mis ojos profundos lo parecían más gracias a un toque de rimel ofrecido por mi tía Memé), pero, lo mejor de todo, eran completamente desconocidas.
Encontrar a alguien que no conozcas al menos de vista en San Rafael es toda una hazaña. Es que es un pueblo tan chico, y lleno de gente tan chusma, que todos conocemos el nombre y la cara de cada uno de sus habitantes, incluidos sus parentescos, posición económica, colegio, etc. Es por eso que cuando aparece alguien nuevo, toda la manada de adolescentes hambrientos de caras nuevas e información sobre ellas se abalanza sobre él. Esto lo sabés bien, no sé ni para qué estoy explicándotelo. Supongo que quería ampliar la última oración del párrafo anterior.
La curiosidad que el grupo sentía por nosotras iba creciendo a medida que avanzaba la cena, y peligrosamente se acercaba la hora del brindis. A esa hora, llegaría un novio con el que ya hacía tiempo yo no quería estar, un grupo reducido de amigas y la oportunidad de todos ustedes (vos y tus amigos) de echarse encima de nosotras.
Pero la noche transcurrió con normalidad. Llegó mi novio, y me senté con él sólo para complacerlo, para darle esos besos que ya no tenían gusto a nada. Mi amiga desapareció en la multitud con su chico, y mis compañeras fueron a enfiestarse a la pista de baile. Me moría de la envidia, ¡deseaba tanto poder estar con ellas!
Y así fue como, con toda su parsimonia, llegaron las 3.30 de la mañana, hora en que Nicolás decidió dejarme libre un tiempo para conversar con sus amigos. Con una sonrisa de oreja a oreja salté hacia la pista buscando a mis compañeras, y las encontré con un grupo desconocido de chicas: tus amigas. Parecían buena onda (claro que lo son) y transmitían con euforia su diversión, por lo que me quedé a compartir con ellas unas cuantas piezas de baile. Y entonces, sin que yo me diera cuenta, llegaste vos.
El piso estaba mojado. Me resbalaba con mis medias finas, así que rescaté al vuelo dos gorros de goma espuma y me los puse a modo de pantuflas. Vos me mirabas y te reías de mi ocurrencia. Bailabas tan genial, me gustaba tanto verte hacerlo. Y en un momento, cuando encendieron las luces, una de mis amigas me tocó el hombro y me dijo al oído: “Me enamoré de este petisito, ¿vos viste como baila?”.
Entonces me di cuenta de que tu forma de moverte también me había encantado. Me reí de la ocurrencia de mi amiga, y la verdad no recuerdo lo que le contesté, pero a partir de entonces te presté más atención. Aunque por el momento físicamente no me atraías mucho, el verte bailar me entretenía.
Volvieron a apagar las luces, y de repente tus amigas y mis compañeras desaparecieron. Nos quedamos solos, y éramos dos desconocidos. Yo me empecé a poner nerviosa por Nicolás, ¿qué diría si me viera sola con vos? ¿Se pondría celoso? ¿Se enojaría?
Pero entonces me sonreíste, me tomaste de la mano y empezamos a bailar. Ya te dije, no podía mantener el equilibro. Me resbalaba por la humedad del piso y mis medias mojadas. Pero (¡claro!) vos me sostenías muy bien. Sin contar que eras justo de mi estatura, me quedabas muy cómodo. Y si verte bailar era entretenido, ni te imaginas lo que fue para mí bailar con vos.
Y entonces me preguntaste por Nico. Claro, te conté que estaba saliendo con él hacía unas semanas. No era ningún secreto, él se había encargado de que todo el mundo lo supiera, muy a mi pesar. Y me dijiste con una sonrisa: “Ah, qué embole, porque te estuve mirando toda la cena, y me parecés muy linda”.
No hice más que reírme, y prendieron las luces.

2 comentarios:

  1. Wow.
    me encantó, asi de simple :)
    Hermoso... ojalá hubiese un nuevo final :)
    Nos leemos, besos. ♥


    Pd: Tienes una nueva seguidora :)

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  2. Gracias! Me pone muy feliz que te haya gustado :D Ahora paso por tu blog ;)

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