Es increíble lo poco que
duermo desde que no estás conmigo. Con cualquier excusa, evito el sueño, evito
tener que acostarme. Aunque, en el fondo, sé que esta actitud inconciente (que
a veces es bastante conciente) se debe a que ya no quiero seguir pensando en
vos. Cuando llego a mi casa y ya no tengo nada que hacer, cuando en mi cabeza
se borran las preocupaciones por el colegio, los amigos, ballet, inglés, cuando
ya tengo todo organizado o simplemente cuando ya me cansé de tratar de
ordenarlo, saltás vos a mis pensamientos.
No
salta tu cara, ni tu recuerdo, no salta tu perfume como antes lo hacía. Eso se
queda en el fondo, reprimido u olvidado. O quizás simplemente calmo. Pasivo.
Pero sí salta tu nombre.
Es muy raro, cuando me acuesto
a dormir ya mi mente no se dirige directamente a tu recuerdo. Divago en
pensamientos triviales, recuerdos con amigos, cosas que no incluyan el amor. O
tu amor. Pero cuando todo eso se agota y ya no tengo en qué pensar, se destapa
tu nombre.
Tu nombre. El nombre de mi problema. El nombre de mi solución, de mi alegría y de mi
dolor. El nombre multifacético, ciclotímico, inestable en su interpretación. El
nombre de la verdad y la mentira, un nombre de ocho letras, cuatro sílabas y
mil significados.
En
otros tiempos en que más sonreía (o por lo menos sonreía con más ganas) ese
nombre hacía brillar mis ojos. Resonaba constantemente en mi mente, todo me lo
recordaba. Lo pronunciaba para escuchar la musicalidad de su composición. Y así sonaba en mi corazón. Tu voz era
mi música, tu nombre mi canción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario